"La ruta del ébola empieza en nuestros coches"
Desde hace un par de años han sido numerosas
las noticias sobre productos alimenticios que tenían una ingente repercusión
negativa en el medio ambiente. Asociaciones ecologistas han intentado
desenmascarar el trasfondo de productos como Nestlé o Nutella, y el boom
mediático que ha tenido en las redes sociales ha sido algo que ha exacerbado a
las grandes compañías, que observaron con estupefacción cómo su negocio corría
un grave peligro (Ver link al final de la entrada). Un millón de comentarios negativos
en Facebook, un millón de comparticiones en los muros personales denunciando la
situación… y fin. Después de contribuir con nuestra sublevación ante la
barbarie de las grandes empresas y su poco corazón y quedarnos con la
conciencia tranquila, hemos seguido consumiendo estos productos como buenas
marionetas pasivas de este sistema capitalista. Cuando las noticias dejaron de
serlo, todo volvió a la normalidad y los desastres naturales quedaron relegados
a un plano oculto. Sin embargo, los problemas seguían ahí, perfectamente
visibles para quien tuviera la valentía de abrir bien los ojos y mirarlos de
frente.
Seguimos creando destrucción. Esta
afirmación, aparentemente contradictoria en un principio, cobra sentido cuando
se investigan las causas de las enfermedades como el ébola o la malaria. Es
evidente que nos sentimos apesadumbrados por las miles de personas que están
muriendo en África afectadas por estos virus. Pero por supuesto, “no es nuestro
problema”. El problema llega cuando una mujer española está infectada, y por
ende, puede contagiar el virus al resto del “primer mundo”. La hegemonía
mundial que creemos tener, el considerarnos “ciudadanos de primera” se observa
perfectamente en este caso. La enfermera infectada es tratada con celeridad y
los medios de comunicación no dan abasto para cubrir minuto a minuto de su
estado de salud. Y, mientras tanto, miles de personas y animales muriendo por
un virus que no han creado ellos, sino nuestras grandes empresas occidentales,
que al colonizar ambientalmente grandes zonas verdes africanas y plantar
extensiones de miles de hectáreas de aceite de palma, consiguen incrementar su
montaña de billetes a la par que disminuir la vida de los seres vivos que por
desgracia, se encuentran en el medio.
No somos capaces de renunciar a lo que
creemos que es nuestro. Y es por ello que preferimos seguir alimentando un
sistema tan capitalista que roza lo absurdo para seguir estando cómodos en
nuestro “primer mundo”, con nuestros coches y nuestros productos elaborados por
empresas a las que no les importa en absoluto seguir destruyendo nuestra casa.
No tenemos ningún problema inmediato, y ese es el gran fallo. Cada vez que
vemos en televisión que una nueva enfermedad azota África o que se ha producido
un nuevo tsunami en alguna parte del mundo (lejana) nos afecta mientras dura la
noticia en la televisión. Somos conscientes del pasotismo en el que vivimos,
pero se nos pasa enseguida porque todavía no ha llegado aquí la destrucción que
nosotros y nosotras estamos creando. Pensamos que el capitalismo, que nos ha
aportado tantas cosas (casa, alimentos) podrá resguardarnos cuando nuestras
barreras de protección fallen, cuando los problemas sean tan inmensos que no
podamos seguir cerrando los ojos, cuando nuestra casa deje de satisfacer nuestros
caprichos como había hecho hasta ahora. O, directamente, cuando nuestra casa
sea inviable para vivir.
Naomi Klein no podría haber estado más
acertada con el título de su último libro: verdaderamente, estamos en la época
del Capitalismo contra el clima.
Porque
no somos conscientes de que el dinero no servirá para nada cuando no quede en
el planeta nada más que fajos y fajos de billetes verdes.Link: http://www.ecologistasenaccion.es/article20061.html
Selene Casal Álvarez
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