En
la viñeta se caricaturiza cómo un reportero realiza entrevistas preguntando a
determinadas personas cuál creen que es la causa del smog (palabra inglesa
formada por los término “smoke” – fumar y “fog”- niebla). Todas las personas
entrevistadas responden que las causas son ajenas a ellos mismos: los
autobuses, los coches, los taxis… Sin embargo, al preguntarles a los animales,
la percepción del problema cambia radicalmente, ya que ellos le dicen que la
causa de la producción excesiva de humo en las ciudades es de la población.
Desde
el origen de los tiempos ha existido una percepción subjetiva de la realidad sesgada
a favor del ser humano. La preponderancia que manifiesta hacia todo lo que
existe en el planeta es tan alarmante que en las últimas décadas se ha empezado
a hablar de especismo, término referido a la situación hegemónica del ser
humano sobre el resto de seres vivos de la Tierra. Las personas no vemos (o
mejor dicho, no queremos ver) las pequeñas acciones negativas que cometemos y
que tienen repercusión en el medio (como es el caso de la señora de la viñeta que
está incinerando la basura), no pensamos en el daño que le estamos haciendo a
la naturaleza y a los animales, que tienen que sufrir por el mero hecho de que
pensamos que somos nosotros y nosotras los que estamos en la cumbre de la
jerarquía biológica.
Una
de las peculiaridades psicológicas del ser humano es que vivimos en medio de la
contaminación y nos habituamos a ella, consideramos que es tan natural que
dejamos de prestarle atención. Esta situación se conoce como “síndrome de la
rana hervida”, que afirma que si nos acostumbramos a una situación no nos damos
cuenta de los efectos tan nocivos que acarrea y seguimos viviendo
tranquilamente. Esto es lo que ha pasado con el smog, una combinación de humo y
niebla que se produce cuando en las ciudades hay niveles desmesurados de contaminación;
en ciudades como Nueva York o Pekín, donde, debido a la gran cantidad de coches
que emiten CO2 y la intensa actividad industrial que se produce, el cielo está
siempre recubierto de una capa de “niebla artificial” que tiene unas repercusiones
catastróficas no sólo en el medio ambiente, sino también, paradójicamente, en
la salud de la población que la crea.
El
smog es uno de los fenómenos contaminantes más visibles en el día a día: es
algo que podemos observar perfectamente, lo que debería hacernos reflexionar
sobre el daño que estamos produciendo en el planeta aunque sólo sea por avaricia:
¿Qué ocurre cuando estamos cocinando y se nos quema algo? La cantidad de humo
negro que sale de la sartén y no nos deja respirar es algo que intentamos reducir
a toda costa, apartando con celeridad la sartén del fuego y abriendo las
ventanas. A nadie le gusta que su casa se queme, y sin embargo, todos y todas
estamos contribuyendo a avivar ese “fuego” en el planeta, en nuestro hogar. No
obstante, reiterando el síndrome de la rana hervida, necesitamos tener un
problema justo delante de nuestros ojos para poder hacerle frente, y por ello
llegamos siempre tarde, buscando tratamientos paliativos y no preventivos.
En
España el fenómeno del smog no es tan masivo como en otros países occidentales,
por lo que seguimos utilizando el coche para prácticamente todo o quemando
residuos de manera descontrolada, porque todavía no “vemos” lo que estamos
causando. La olla se está calentando, pero nosotros y nosotras, tristes
ranitas, no somos capaces de notar que ya empieza a hervir, porque nos hemos
acostumbrado a ese calor progresivo. Cuando la sociedad no detecta un problema,
este problema se invisibiliza, no existe. Y no hay nada peor que luchar a
ciegas contra un enemigo que no tiene presencia.
La
Educación Ambiental tiene una labor fundamental, ya que se debe educar a la
infancia en valores ambientales: de igual manera que educamos a los niños y
niñas para que no pinten las paredes de casa, deberíamos proporcionarles los
conocimientos necesarios para que sean capaces de cuidar del medio ambiente e
intenten evitar que nos quememos como la rana de la metáfora. Tenemos que
enseñarles que su casa es más que un conjunto de ladrillos con cinco o seis
instancias; su casa es todo lo que nos rodea, lo que nos permite vivir y lo que
estamos destruyendo entre todos, ¿y a quién le gusta que su casa esté
destrozada? Aquí es donde la Educación Social juega un papel imprescindible: no
debemos enseñarles a esperar pasivamente en la olla, sino que debemos
generarles un sentimiento crítico que les haga pensar “hasta aquí se ha
calentado el agua, es hora de tomar las riendas y no sólo escapar del fuego,
sino de apagarlo de una vez por todas”.
Selene Casal Álvarez
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